30.9.06













Estrofas de lindo linde (Fragmento)

A Rafael Solana

Que se cierre esa puerta
que no me deja estar a solas con tus besos.
Que se cierre esa puerta
por donde campos, sol y rosas quieren vernos.
Esa puerta por donde
la cal azul de los pilares entra
a mirar como niños maliciosos
la timidez de nuestras dos caricias
que no se dan porque la puerta,
abierta...

Por razones serenas
pasamos largo tiempo a puerta abierta.
Y arriesgado es besarse
y oprimirse las manos, ni siquiera
mirarse demasiado, ni siquiera
callar en buena lid...

Pero en la noche
la puerta se echa encima de sí misma
y se cierra tan ciega y claramente,
que nos sentimos ya, tú y yo, en campo abierto
escogiendo caricias como joyas
ocultas en las noches con jardines
puestos en las rodillas de los montes,
pero solos, tú y yo.

La mórbida penumbra
enlaza nuestros cuerpos y saquea
mi ternura tesoro,
la fuerza de mis brazos que te agobian
tan dulcemente, el gran beso insaciable
que se bebe a sí mismo
y en su espacio redime
lo pequeño de ilímites distancias...

Dichosa puerta que nos acompañas,
cerrada, en nuestra dicha.
Tu obstrucciónes la liberación destas dos cárceles;
la escapatoria de las dos pisadas
idénticas que saltan a la nube
de la que se regresa en la mañana.
Hijos de Adán

de Dolientes ríos enajenados

[...]Buscando alguna cosa no encontrada, aunque la busqué tantos años,
Cantando el verdadero canto del alma incierta y el azar,
Renaciendo con lo más torpe de la Naturaleza o entre animales;
Con eso, con ellos y con todo lo que los acompaña informo mis poemas,
Del olor de manzanas y de limones, del acoplamiento de pájaros,
De los húmedos bosques, de las olas que se deslizan,
Del empuje de las olas sobre la tierra, yo cantándolas,
Ejecutando a media voz del preludio, anticipando la melodía,
La cercanía bienvenida, la contemplación del cuerpo perfecto,
El nadador desnudo en la pileta o flotando de espaldas,
La forma femenina que se acerca, carne de amor, trémula y dolorida,
Preparo la divina enumeración para mí mismo, para ti o para cualquiera,
El rostro, los miembros, el índice de pies a cabeza y lo que suscita,
El místico delirio, la locura amorosa, la entrega total,
(No hables, acércate, escucha lo que te estoy diciendo al oído,
Te quiero, me posees por entero,
Oh, huir tú y yo de los demás, irnos de una vez, libres y sin ley,
Dos gavilanes en el aire, dos peces en el mar, no son más libres que nosotros),
La furiosa tormenta atravesándome, yo temblando de pasión,
El juramento de ser inseparables y de estar juntos, de la mujer que
me ama y a quien yo más que a mi vida, atándome a ese juramento,
(¡Oh, todo lo arriesgo por ti!¡Aniquilarme si es preciso!
¡Oh, tú y yo, ¿qué nos importa lo que los otros hagan o piensen?
¿Qué es todo lo demás para nosotros? Gocémonos los dos y
agotémonos, si así tiene que ser.)
[...]
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Cuando supe al declinar el día

Cuando supe al declinar el día que mi nombre había sido
aplaudido en el Capitolio, no fue feliz para mí la noche
de aquel día,Y cuando me embriagué o cuando mis planes tuvieron éxito,
tampoco fui feliz,
Pero el día en que al alba me levanté del lecho de la salud perfecta,
renovado, cantando, aspirando el fresco aliento del otoño,
Cuando vi palidecer en el oeste a la luna llena y perderse en la luz
de la mañana,
Cuando erré solo por la playa, y desnudo me sumergí en el mar y
me reí con las aguas frescas y vi la salida del sol,
Y cuando pensé que mi querido amigo, mi amante, estaba ya en
camino, entonces fui feliz,
Entonces cada aliento fue más dulce, y durante aquel día la comida
me alimentó mejor y el día hermoso pasó bien,
Y el día siguiente llegó con la misma alegría, y con el otro al
atardecer llegó mi amigo,
Y aquella noche cuando todo estaba en silencio oí las lentas aguas
incesantes que subían por la playa,
Y el susurro de las aguas y de la arena, como si quisieran
felicitarme,
Pues aquél, a quien amo, estaba dormido a mi lado bajo la misma
manta en la noche fresca,
Bajo la quieta luna del otoño su rostro me
miraba,
Y su brazo descansaba sobre mi pecho, y aquella noche fui feliz.

Walt Withman


29.9.06

Mientras los muchachos duermen

( o el lugar donde van a anidar mis ojos )

Para eso se vale el recuerdo
Avanza con usura
Va moldando un surco de miel silenciosa

Hay una camiseta perdida
como en las viejas fotos
Yo me hallo a cierta distancia y no digo palabra
siquiera la salida o la habitual

( Es la hora precisa
Mi recuerdo vela )

Nadie oye la colmena
atenta al desfiladero abrillantado
que va hiriendo el trazo doble de tu abdomen

estilete de infames apresado
en la inconfesa hebra del tafetán vivo
terciopelado y perfectoq
ue discurría entre tu ombligo
y aquella traba que no vamos a osar.
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DONDE EMPIEZA PERO DISCRETA
UNA CELEBRACIÓN A TU MANSURA

y de pronto pienso que
hay más en un gesto blanco del brazo,
trapecio y pulpa, levísimo arco del peso,

( alcanza para mí las estanterías más altas
y roza con mudez, ajeno, los anaqueles )

que en el siempre narrado beso
entre mortales cotidianos.

pero no lo digo.
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COLLIGE ROSAS
( atrapa la rosa )

Rosa Odorata

Dos palabras

Rosa Leavigata

El viento vuela de los labios
y se lleva la hoja blanca

Rosa Damascena
Oh dime qué piensa dime
la tarde que tras el vértigo cae

Rosa Sentigera

y nos va dejando dos manojos
de certezas aún frescas
Rosa Odorata

en lenguas muertas.

Claudio Iasís
Otro fragmento de don Gil...

DOÑA INÉS
Ya experimento en mi daño
la burla de mis quimeras;
don Gil quisiera que fueras,
que yo adorara tu engaño.
No he visto tal semejanza
en mi vida, doña Elvira.
En tí su retrato mira
mi entretenida esperanza.










Don Gil de las calzas verdes (fragmento del acto tercero)

DOÑA JUANA
Por probarte,
a ver si tienes amor
a don Miguel, pudo el arte
disfrazarme; y es ansí,
que una sospecha crüel,
me dio recelos de tí.
Creyendo que a don Miguel
amabas, yo me escribí
el papel que aquel cïado
te enseñó, creyendo que era
don Gil quien se le había dado,
y dije que te le diera
por modo disimulado,
y que advirtiese por él
tus celos, y si intentabas
usurparme a don Miguel.

DOÑA INÉS
¡ Extrañas industrias!

DOÑA JUANA
¡Bravas!

DOÑA INÉS
¿ Qué tu escribiste el papel?

DOÑA JUANA
Y a don Gil pedí el vestido
prestado, que está por tí
de amor y celos perdido.

DOÑA INÉS
¿ De amor y celos por mí?

DOÑA JUANA
Como el suceso ha sabido
de don Miguel, cuya soy,
no apatece prenda ajena.

DOÑA INÉS
Confusa y dudosa estoy.

DOÑA JUANA
¡ Ingeniosa traza!

DOÑA INÉS
Buena,
y de suerte, que aún no doy
crédito a que eres mujer.

DOÑA JUANA
Pues, ¿ cómo haremos que quedes
segura?

DOÑA INÉS
Ansí se ha de hacer.
Vestirte en tu traje puedes
que con él podremos ver
cómo te entalla y te inclina.
Ven, y pondráste un vestido
de los míos; que imagina
mi amor en ése finjido
que eres hombre, y no vecina.
Ya se habrá ido doña Clara.

DOÑA JUANA
¡Buena irá!

DOÑA INÉS (Aparte.)
¡Que varonil
mujer! Por más que repara
mi amor, dice que es don Gil
en la voz, presencia y cara. (Vanse.)


Tirso de Molina
Oda a Walt Whitman

Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.

Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.

Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.

Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.

Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

¡También ese! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Ápios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.

¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.

Federico García Lorca

14.9.06

Cuadro segundo (El público)

Ruina romana

(Una figura, cubierta totalmente de pámpanos rojos, toca una flauta sentada sobre un capitel. Otra figura, cubierta de cascabeles dorados, danza en el centro de la escena)

Figura de Cascabeles. ¿Si yo me convirtiera en nube?
Figura de Pámpanos. Yo me convertiría en ojo.
Figura de Cascabeles. ¿Si yo me convirtiera en caca?
Figura de Pámpanos. Yo me convertiría en mosca.
Figura de Cascabeles. ¿Si yo me convirtiera en manzana?
Figura de Pámpanos. Yo me convertiría en beso.
Figura de Cascabeles. ¿Si yo me convirtiera en pecho?
Figura de Pámpano. Yo me convertiría en sábana blanca.
Voz. (Sarcástica). ¡Bravo!
Figura de Cascabeles. ¿Y si yo me convirtiera en pez luna?
Figura de Pámpano. Yo me convertiría en cuchillo.
Figura de Cascabeles. (Dejando de danzar)Pero, ¿ por qué? ¿Por qué me atormentas? ¿Cómo no vienes conmigo, si me amas, hasta donde yo te lleve? Si yo me convirtiera en pez luna, tú te convetirías en ola de mar, o en alga, y si quieres algo muy lejano, por que no desees besarme, tú te convertirías en luna llena, ¡pero en cuchillo! Te gozas en interrumpir mi danza. Y danzando en la única manera que tengo de amarte.
Figura de Pámpano. Cuando rondas el lecho y los objetos de la casa, , te sigo, pero no te sigo a los sitios a donde tú, lleno de sagacidad pretendes llevarme. Si tú te convirtieras en pez luna, yo te abriría con un cuchillo, por que soy un hombre, por que no soy nada más que eso, un hombre, más que Adán, y quiero que tú seas aún más hombre que yo. Tan hombre que no haya ruido en las ramas cuando tú pases. Pero tú no eres un hombre. Si yo no tuviera esta flauta te escaparías a la luna, a la luna cubierta de pañolitos de encaje y gotas de sangre de mujer.
Figura de Cascabeles. (Tímidamente) ¿Y si yo me convirtiera en hormiga?
Figura de Pámpanos. (Enérgico) Yo me convertiría en tierra.
Figura de Cascabeles. (Más fuerte) ¿Y si yo me conviertiera en tierra?
Figura de Pámpanos. (Más dévil) Yo me convertiría en agua.
Figura de Cascabeles. (Vivrante) ¿Y si yo me convirtiera en agua?
Figura de Pámpanos. (Desfallecido) Yo me convertiría en pez luna.
Figura de Cascabeles. (Tembloroso) ¿Y si yo me convirtiera en pez luna?
Figura de Pámpano. (Levantándose) Yo me convertiría en cuchillo. E n un cuchillo afilado durante cuatro largas primaveras.

(inconcluso)

2.9.06

Visión del enemigo mientras duerme

El pelo que has dejado en nuestro
lecho,
en los distintos lugares donde nos
hemos amado,
como dos caballeros que acuden a un
duelo,
se hizo nido en mi garganta,
soga alrededor de mi cuello.

Trozos de tu piel se esconden
entre los pliegues de nuestra sábana,
bajo mis uñas,
entre mis dientes.

Veo tu cuerpo desnudo y traicionado.
Me pregunto:¿Dónde podría hundir el cuchillo
antes que despiertes?
¿En qué parte la muerte te resultará
más certera?
¿Dónde sino en mi pecho?

Héctor Avellan
Diálogos (fragmento de Menón)

Sóc.- ¡Eres un desconsiderado, Menón! Sometes a un anciano a que te conteste estas cuestiones y tú no quieres recordar y decir qué afirmó Gorgias que es la virtud.
Men.- Pero no bien me hayas contestado eso, Sócrates, te lo diré.
Sóc.- Aun con los ojos vendados, Menón, cualquiera sabría, al dialogar contigo, que eres bello y que también tienes tus enamorados.
Men.- ¿Por qué?
Sóc.- Por que cuando hablas no haces otra cosa que mandar, como los niños consentidos, que proceden cual tiranos mientras les dura su encanto; y al mismo tiempo, habrás notado seguramente en mí que no resisto a los guapos. Te daré, pues, ese gusto y te contestaré.

Platón

1.9.06













Marco

Cuando Marco pasa, los jóvenes todos
contemplan sus ojos, Sodomas ardientes,
donde ascuas de amor sin compasión queman,
tu cascarón pobre, oh amistad ferviente;
a su alrededor danzan los perfumes
místicos que al alma anegan en lágrimas;
y su veste deja misteriosas músicas
cuando Marco pasa.

Cuando Marco canta, evocan sus manos
en el marfil todo el encanto perdido
de los viejos aires de la antigüedad.
Y su voz se eleva hacia paraísos
de la sinfonía inmensa de sueños.
Y en vivo entuciasmo entonces levanta
a quienes le escuchan su voz armoniosa
cuando Marco canta.

Cuando Marco llora, su terrible llanto
desafía el brillo de las bellas armas.
Sus labios de sangres suben en carmín.
Su desesperanza ya no es cosa humana;
igual que la hoguera que aviva el aceite
se encrespa de súbito su terrible cólera,
y es una leona en la áspera selva
cuando Marco llora.

Cuando Marco danza, sus vestidos muévense
en un ritmo igual como una marea,
y, como un bambú flexible, su flanco
al cimbrearse, hace que el pecho se vea.
Su pierna de mármol igual que un relámpago
con énfasis cínico y atrevido alza,
haciendo el rumor del viento en los árboles
cuando Marco danza.

Cuando Marco duerme, ¿ qué perfume de ámbar
y carne mezclado se esparce en la alcoba?
Bajo de las sábanas su línea exquisita
ondula al amparo de las finas blondas.
Asciende su aliento, rítmico y ligero,
un sueño dichoso y tranquilo prende
en sus bellos ojos de dulce misterio
cuando Marco duerme.

Cuando Marco ama, olas de lujuria
se desvordan como de una herida hirviente
que da roja sangre que abraza y humea
de aquel cruel cuerpo que el crimen absuelve.
El torrente rompe del alma los diques,
se alza el pensamiento, y, como una tea,
todo lo devora cuanto al paso encuentra,
y luego se hiela.

Paul Verlaine









Contenido (escrito)

Éste era yo, perplejo:
Zurcía, bordaba, jugaba con
muñecas,
Cantaba, amargo, descreído de
Dios.


Abigael Bohórquez







La bacante

Allí, escondida en las habitaciones.
Ah, conozco sus gestos antiguos
la belleza de los muebles
el perfume que flota en su sofá
y su ira
que despedaza algunas porcelanas.
Husmea las flores encarnadas
las estruja nerviosamente
-esa belleza la provoca-
las rasga las lanza lejos
caen los doseles sobre el lecho
se pasea febril por las habitaciones
está desnuda y nada la sacia
abre cajones sin sentido
enciende el fuego en la chimenea
regaña a las criadas
y al fin temible, con el hocico temblando,
se echa desnuda en el sofá,
abre las piernas
se palpa los senos de lengua húmeda
mece las caderas
golpea con las nalgas en el asiento
ruge, en el espasmo.


Cristina Peri Rossi