19.1.07










Tu bella boca rojo carmesí

Aún resonaba en sus oídos el piropo. Cerró el zaguán y se introdujo en la casa. Y a en la sala, sus manos descuidadas buscaron, autómatas, la hebilla del cinturón que le ajustaba hasta recordar estreches de insecto. Dudó un instante. Su madre y hermanas no llegarían sino hasta las seis. Todavía le quedaban más de tres horas.
Como en otras ocaciones cuando su familia salía de paseo, en la mañana se levantó temprano y entre bostezo y bostezo rasgó un pedazo de periódico para encender el boiler. Había abierto la lleve del gas e introducía ya el pedazo de papel prendido cuando una foto de vivos colores llamó su atención. De inmediato sacó el papel y lo apagó en el agua estancada del fregadero. Pudo al final contemplar con detenimiento una modelo que posaba su figura esbelta en un vestido vaporoso y multicolor. Buscó el pie de foto: "Colorida y aérea es la moda de la nueva primavera en Liverpool". Como por instinto, recordó el guardarropa de sus hermanas. Pero la conclusión fue poco satisfactoria: Esther, la mayor, prefería los tonos beige, mientras que Susana no salía del azul de sus pantalones de mezclilla. Se mordió el labio inferior; arrancó otra tira de periódico y encendió el boiler.
Devido a que tenía la seguridad de haber visto un traje parecido al de la modelo, quizo aprobechar los minutos que tardaría el agua en estar lista. Se dirijió al cuarto de la madre y hurgó en el clóset. Pero a medida que revisaba gancho tras gancho la búsqueda resultaba inútil. Se le ocurrió entonces que el único lugar donde podía hallarse era junto con aquella ropa vieja que su madre almacenaba en las dos maletas para las que se había hecho un lugar especial en la parte de arriba del guardarropa. Dos veces estuvo a punto de caer en su intento de bajarlas. Sin embargo, la elasticidad de sus piernas y un sentido del equilibrio que adquirió en la plataforma de diez metros, se lo impidieron. "Vaya, se dijo, si quiera en estos casos sirven de algo los afanes de mi mamá". De no haber sido por ella, de seguro nunca habría practicado ningún deporte. Siempre fue más atractivo escuchar nocturnos de John Field en compañia de Esther; o simplemente tirarse bocarriba en el pasto del jardín, y observar cómo los edificios que rodeaban su casa crecían y se alargaban hasta alcanzar las estrellas. A veces la luna.
Antes de jalar el cierre de una de las maletas recordó las cajitas musicales que abrigaban chucherías sólo importantes para quien las guarda. Conforme tiraba del cierre, su estómago quedó suspendido en una pegajosa telaraña. Sus labios pequeños se abrieron hasta formar la abertura de un ojal en espera de la flor. El olor a naftalina comenzó a inundar la recámara.
Lo primero que aparecío a su vista fueron las colchitas rosas de Esther. A pesar de que su madre acostumbraba a hablar poco de aquella época, no le había costado trabajo intuir los problemas económicos en la propia renuencia a tocar el tema y en la sucesión de las colchitas de Esther a Susana. La situación no debió properar en varios años por que cuando le llegó el turno también las usó. Por supuesto que no se recordaba en pañales, pero aún así la última vez que abrieron las maletas ( unos nueve años atrás) no le cupo la menor duda: las identificó como suyas.
Abajo de las colchas, protegido en una gran bolsa de plástico, se agazapaba el vestido de novia de su madre. Lo extrajo con cuidado de su envoltura y se lo midió por sobre la ropa. Qué diferencia a cuando se lo probó la última vez. ¿ Cuántos años tendría entonces? ¿ Siete, ocho? Y luego buscar en el fondo de la maleta el retrato de su madre, el día de la boda. Realmente, sin engaños emotivos, era hermosa. De una belleza que la misma madre reconocía y que la llevó a colgar, años después, amplidficadas, sus mejores fotografías en la sala. Las visitas siempre afirmaron su gran parecido con ella.
El recuerdo del agua, de seguro ya casi lista, hizo que apresurara la búsqueda; pero fue hasta la segunda maleta registrada cuando encontró el vestido. Apenas hallado, restregó la suavidad de la tela contra su rostro. No se había equivocado. Tómo un gancho desocupado y luego de colgar la prenda se metió a bañar indiferente al desorden que había dejado en el cuarto.
Desde que decidió aprobechar las ausencias de su familia, cada detalle cobró una importancia sigular. Cuando tomó el jabón y comenzó, lenta y suevemente, a untarselo en la piel no pudo evitar estremecerse. El agua descendía a su cuerpo y resbalaba por él trayendo consigo la capa de jabón, vuelta espuma. La miraba descender imaginando las manos amantes que al desnudar acarician.
Por un momento, su cuerpo se mantuvo estático, Las manos levantadas a la altura de la cabeza, simulaban sostener un cántaro. Otra vez la ilución de ser la ninfa de una fuente: o tal vez la escultura de un Pigmalión en espera del beso que habría de extraer el deseo de un sueño hibernatorio. Sin embargo, no era deseo dormido lo que había colocado en su piel toda la disposición de las flores maduras en espera del polen, Por el contrario, Pero a sus labios sólo se adhirió la humedad precedente de la regadera.
Tardó varias horas en vestirse. Bueno, es que estaban las cremas para el cuerpo; los rollitos de las medias que había que desenredar e ir ajustando en las piernas, poco a poco; planchar el vestido con un tela húmeda; el cepillado de la peluca... Se colocó frente al espejo para afinar los últimos detalles: un mechón de cabello rebelde y fuera de sitio, aplicarse otra capa de bilé en los labios, dar por desahuciado el asunto de las uñas postizas. Sin embargo, lo amplio del vestido no dejaba de agradarle. Pasó la mirada por la habitación en busca de algo que pudiera servirle: la cama con las dos malestas rebosando ropa por todas partes y la cómoda no parecieron sugerirle nada. Recordó entonces un cinturón dorado en forma de culebrilla en el cuarto de las hermanas. Para ajustárselo tuvo que hundir el estomago hasta que se hizo neceraria la presencia de nuevo aire en sus pulmones. Y por fin salió a la calle.
Regresó antes de lo previsto, De no haber sido por los pies hinchados y la cintura avispada habría permanecido afuera hasta poco antes de las seis. Como no eran numerosas las ocaciones en que tenía oportunidad de apobrechar la soledad de la casa, había dudado antes de inciciar el proceso de desvestirse. Con las manos detenidas en el cinturón recordó frases y situaciones ocurridas unos instantes atrás. Casi soltó la carcajada cuando vino a su mente la imagen de aquella señora que le propino una bofetada a su esposo al sorprenderlo embobado, perdido en la contemplación de sus piernas. Y la cara del lechero, cuando por unos segundos de distracción, miró su carrito y las cajas de leche regadas por el suelo.
" Mamasita... ¿ te doy un aventón?", y sus ojos observando el rutilante LTD, para después voltear despreciativamente el rostro, disimulando la satisfacción de su exito.
Al salir al patio, ya se había quitado el cinturón y las zapatillas. Aunque decidió no salir más, se rehusó a desprenderse de su vestimenta antes del tiempo necesario: quería gozar hasta el último momento. Se recostó en el pasto. Ya a punto de dormirse jugó con la idea de que, si quisiera, con sólo cruzar el zaguán bastaría para poner de cabeza otra vez a toda la manzana.
El ruido de las llaves del otro lado del zaguán, le hizo buscar el reloj de inmediato. 6:20. Corrió al interior de la casa y se encerró en la recamara de la madre. Mientras se quitaba el vestido, se arrepintió de no haber colocado las maletas en su lugar.
- ¡ Carlos, Carlos, ya estamos aquí! - escuchó que gritaba su madre al tiempo que, nervioso y con la sensación de las paredes trasformadas en rejas, sólo atinaba a untarse crema en los labios para desvanecer la huella carmesí del bilé.

Ana Clavel.

16.1.07















El hombro izquierdo de Alejandro

Todo se inició en el hombro izquierdo de Alejandro con una frase escrita por él mismo: "Carlos, ¿ por qué me ebandonaste?"
El cuerpo tendido y taciturno se encontró en uno de esos hoteles que parecen existir sólo de noche.
El hombro de Alejandro estaba manchado de pringas de sangre. La boca y la cara destrozadas. Todos sabían que se había suicidado.
Yo presencié la terrible escena al acompañar a un familiar de Alejandro al hotel. Había periodistas por todas partes. Alejandro tenía dinero.
La frase estaba ahí, tatuada por él mismo. Todos la deciframos al mismo tiempo: homosexualidad.
Lo indecifrable para mí era el estilo del mensaje. ¿ Cómo un hombre que sabe que va a morir en unos minutos se atreve a escribirse en el hombro izquierdo un anhelo y un avismo a la vez?
Además, tambien estaba ahí la grabadora: Alejandro la llevó para posesionerse en la nostalgia. Adentro de la grabadora estaba el caset que Carlos le había grabado. Un caset desnudo. Tanta música adentro de una cinta era metáfora de lo que Carlos y Alejandro hablaban cuando se hiban algún jueves por la mañana a Chapultepec, donde buscaban alguna sombra para poder tocarse siquiera las manos.
Carlos deslizaba su mano arrítmica, velluda e incitante por la pierna izquierda de Alejandro hasta que, al sentirle un güevo acorazado por el pantalón, retiraba la mano para aumentar el deseo, utilizando el tiempo como un terrible y macerante animal que detuviera el goce.
Parece que Carlos disfrutaba de la red que le tendía a Alejandro, lo exitaba y le chupaba los pezones hasta clamar la penetración.
Por eso el letrero en el hombro: " Carlos, ¿ por qué me abandonaste?, escrito sobre la piel con una pluma atómica. De seguro Carlos llora por esa metáfora. Ayer lo vi, no me atreví a comentarle: "Alejandro se inscribió el epitafio con una atómica". Aunque por momentos tuve deseos. Habían pasado tres días de la inhumación de Alejandro y Carlos había llorado mucho, ya para el tercer día surgieron ciertas bromas e impulsos de vida como burbujas en el agua.
Pobre Carlos, pobre Alejandro, pobre de mí.
Algún día habíamos hablado de quién moriría primero. Siento duelo y a la vez una sensación de triunfo que me obliga a sentir culpa. Buscar las razones de las interrogaciones del hombro de alejandro. Decir que todos fueron lugares comunes: el hotel de paso, el tiro en la cabeza, la homosexualidad de un rico.
Es difícil hablar de una historia cuando se ha comenzado por el final. "Alejandro se suicidó". Pero, ahora que es el cuarto día de duelo, no quiero merecer la culpa. Podría haber comenzado con ellos y dejar para el final: se suicidó. Pero me molestan las noticias con morbosidad.
Así se lo comuniqué a Carlos por teléfono:
- Bueno, Carlos, quiero verte.
Nos vimos en un parque.
- ¿ Sabes?, Alejandro se suicidó y te dejó una nota en el hombro;- le dije sin más preambulo. Quiza fui muy brusco, pero me parecía más morboso ir diciéndolo con calma. Ahora lo platico como una historia sin final sorpresivo,
una magia ya vista o una tumba ya visitada.
Cuando fuimos a un rancho de Valle de Bravo yo iba con una amiga. Encontramos un agujero en un pasillo donde se podía mirar la cama de Alejandro y Carlos. Ese agujero tambien era un lugar común, pero estaba ahí para darnos cuenta que en la más brusca de las exitaciones, y los dos con las vergas bien paradas, como si fuesen mástiles abrazados en el mar, se confundían hasta que Carlos le pidío por primera vez a Alejandro que se la metiera. Alejandro sabía que Carlos era virgen.
Hasta mi amiga y yo nos pusimos contentos y nos empujábamos para espiar por el agujero. De pronto Carlos gritó, mi amiga era la que espiaba en ese momento y a mí no me dieron ganas de empujarla para hacerlo. Me conformé con el grito de Carlos, un alarido sexual, un chillido de expiación, bruscos y marineros, navegándose entre el vello del pecho de los dos, amarrados, unidos, con las vergas y las redes. Perdiéndose uno en el otro hasta que la cuerda se restiró demasiado uno murió ahogado.
Cuando pase el duelo le comentaré a Carlos que "el pez por la boca muere". Quiza no le haga daño a Alejandro, pero sí a Carlos. Carlos, ¿ por qué lo abandonaste?




Fernando Nachón

15.1.07

...de las flores

I
se
olfateando
un charco
de polen
apaga
azafranado
color,
chilla
Palidíflora.

II
ya no
está
hecha
vaporosa,
dos veces
"b"
hace con
la
verde
sanguinolenta.

3.1.07

Rusty is a homosexual

Once there was a boy named Rusty. He was 9 years old.
Rusty had a dog named Patches. Patches slept in a doghouse beneath Rusty's bedroom window.

One night, Patches couldn't sleep. He smelled a scary smell. "Bow-wow-wow!" barked Patches. "Bow-wow-wow! Bow-wow-wow! Bow-wow-wow! Bow-wow-wow!"

Rusty threw open the window. "Oh, no!" he cried. "The house is on fire! Mother! Father!"

Rusty felt the door as he learned at school. The door was hot, so Rusty stayed in his room and yelled for help from his window.


A big strong fireman came up on a ladder and carried Rusty to safety. Rusty hid his face against the fireman's uniform until they were safe on the ground. Rusty was very glad to see that his whole family was safe.
"That's a good dog you have," said the fireman. "He saved your family! And we got here in time, so your house is barely damaged."

The next night, Rusty couldn't sleep. He thought about the fireman. He thought about how warm and muscular the fireman had felt through his uniform. He remembered the smell of smoke mixed with the fireman's sweat.
Remembering the fireman gave Rusty a funny feeling. He wished he could be together with the fireman again.

The next day, Rusty talked to his sister Sue. "I think I want to marry a fireman when I grow up," said Rusty.
Sue gave Rusty a strange look. "Boys don't marry boys!" she exclaimed. Then she ran off and told all the other children that her brother wanted to marry a fireman.

Rusty went and talked to his mother. "I think I want to marry a fireman when I grow up," he said.
Mother laughed uncomfortably. "What a funny idea, Rusty!" she said. "What will the neighbors think if they hear about this?"

Rusty decided that maybe his father would understand how he felt. "Father," said Rusty. "Did you ever wish that the house would catch on fire again so that a fireman can rescue you? And did you ever wish he'd take off all your clothes?"
Father gave Rusty a strange look. "No, I can't say that I did," said Father.

The real shocker came at dinner that night. "I wish a fireman would take off all his clothes and sleep with me in my bed," said Rusty. "And I wish he would put a dog leash on me."
Mother nearly choked on her tomato aspic. "Eat your dinner, Rusty," said Mother. "And be quiet."

When Rusty went to bed, his mother came to tuck him in. "Now, Rusty, there's something I want you to remember," she said. "Don't play with yourself, or you'll go blind."
"Okay, mom," said Rusty. He wondered if he could just do it until he needed glasses.

After Rusty was in bed, Mother and Father talked things over.
"I think Rusty may be a homosexual," said Father.
"It certainly seems that way," said Mother. "What ever can we do about it?"
"I think we should have a talk with him and put the fear of God in him," said Father.

The next morning, Mother and Father had a talk with Rusty.
"No son of mine is going to be a homosexual!" said Father. "God says it's bad. If you don't give up this fireman business, we'll kick you out of the house!"
Rusty burst into tears.

Mother talked to Mrs. Brown to see if she had any advice. "I think my little Rusty may be a homosexual," said Mother. "I just don't know what to do."
Mrs. Brown's eyes grew wide. A homosexual! Mrs. Brown ran away shrieking. Soon, Mother learned that she had been un-invited from Mrs. Brown's Tupperware party.

When Rusty went to school that day, all the other children ran away from him. "Ewww!" they said. "We don't want to play with a homosexual! We'll get gay germs!"
Rusty stood behind and tried not to cry.

Rusty was so confused that he decided to call the police to ask for help. "Officer Plotchnik speaking," said the policeman.
"Hello, my name is Rusty White," said Rusty. "I'm 9 years old. Everybody hates me because I want to marry a fireman, and they say I'm a homosexual. What should I do?"

"Well, Rusty," said Officer Plotchnik. "You'd better not put your wee-wee in any other boys mouths or bottoms, or you'll go to jail. Sodomy is a crime in this state, you know."
Rusty hung up the phone, more confused and depressed than ever. "What am I to do?" he asked himself.

After thinking it over, Rusty decided to run away to find a place where people would understand him. "Come on, Patches," he said to his dog. "We're running away!" He packed some peanut butter sandwiches for himself and some dog food for Patches. Then he took Patches with him and ran away to a park.

In the park, Rusty met a man. "Hello, little boy," said the man. "How would you like some ice cream?"
Rusty knew exactly what the man was after. Maybe this was his big chance! "Have you a fireman uniform?" asked Rusty.
"No, I'm afraid I haven't," said the man.
"Oh," said Rusty, disappointed. Then he kicked the man in the balls to show him what he thought of child molesters.

Rusty ran all the way home with Patches. Then he cried and cried.
"Oh, Patches," he said. "There seems to be nowhere to turn. I think I should end it all and kill myself."
He looked sadly at Patches. "But I'm too scared to die alone. Let's make a suicide pact, Patches! How does that sound?"
Patches licked Rusty on the nose. Rusty took that to mean yes, so he carried Patches outside.

Rusty sadly carried Patches to the sidewalk. They waited for a car to come by. Soon, a driver came speeding around the bend.

With Patches in his arms, Rusty jumped in front of an approaching car. The car screeched to a stop just in time. The driver jumped out of the car. "Goodness gracious, young man!" said the driver. "Why did you jump in front of my car?"
"I was trying to kill myself because I'm a homosexual, and all my family and the other kids and the police and everyone hate me," said Rusty.
"Don't kill yourself!" said the driver. "Call the Gay Hotline! They can help you!" He gave Rusty a card with a phone number, and then got in his car and drove away.

Rusty nervously dialed the number. "Hello, Gay Hotline?" he said. "My name is Rusty White. I'm 9 years old. I'm a homosexual, and I want to marry a fireman. Everybody hates me because I'm a homosexual: Mother, Father, sister Sue, Officer Plotchnik, and all the kids at school. I tried to run away but a man tried to buy me ice cream, and I kicked him in the balls. I tried to kill myself but the driver stopped and gave me your number. What should I do?"

"What you need is a good family psychiatrist!" said the man on the Gay Hotline. "Here's a number for you." He gave Rusty the number.

"Can we go to a family psych--- psych--- head shrinker, Mother?" asked Rusty. "I have the number for a good one."
Mother thought, "Maybe this will get those perverted homosexual thoughts out of little Rusty's head." She said, "All right, Rusty."

"Hello, folks, I'm Dr. Goldenberg," said the psychiatrist. "What seems to be the problem?"
"We're here because our little son Rusty seems to be a-- homosexual!" said Mother.

"Not to worry, folks. Being gay is a perfectly normal variation of human sexuality," said Dr. Goldenberg. "The best thing you can do is to accept Rusty for who he is."

At home, Mother and Father talked it over. "Maybe we were too hasty to judge the boy," said Father.
"Maybe so," said Mother. "All right, let's talk to him."

Father told Rusty, "Rusty, your mother and I have decided to accept you just as you are. We're proud of our gay son."
Rusty's face lit up. He was very glad.

"Guess what, Patches?" cried Rusty. "Mother and Father say they're going to accept me just as I am!"
Patches jumped and barked joyfully.

Rusty became a gay rights activist and gave consciousness raising talks to his classmates.
"And by using a condom or dental dam every time you have sex, you can greatly reduce your chances of contracting HIV!" said Rusty.

Rusty's parents became avid readers of the P-FLAG newsletter.
"Who needs a Tupperware party when we have all these P-FLAG meetings to go to?" remarked Mother.

Rusty's family tried to accept his kinkier interests. "Father, will you buy me that leash for my birthday?"
"But Patches already has a leash," said Father.
"I didn't want it for Patches," said Rusty.
Father chuckled uncomfortably.

Rusty's family even helped set him up with a good boyfriend.
"What about this one, Father?" asked Sue. "10-year-old boy into fireman uniforms and bondage. Usually top but versatile. Is Rusty a top or a bottom, Father?"
"I think he's a bottom," said Father. "This looks like a good match for Rusty."

Rusty was very glad that his family accepted him. He lived happily ever after.
THE END

Sean Crist